Hay circunstancias en la vida que hacen que todo se pare. Que se aplacen grandes planes. Que se queden en un segundo plano. En standby hasta que la vida vuelve a su cauce normal.
Natalia y Miguel Ángel tuvieron que aplazar la boda por una de esas circunstancias. La fecha inicial iba a ser un caluroso día de agosto y acabó celebrándose en octubre.
No cambió mucho más que la fecha y que el tiempo fue algo más inseguro, pues había llovido muchísimo el día de antes y finalmente parte de la fiesta se hizo en interiores, pues el cóctel al aire libre hubiera supuesto un buen barrizal como para poder disfrutarlo.
Y es que al final, una boda tiene sus imprevistos. A pesar de todos los planes, de calcular los detalles, de todo el trabajo que hay detrás, hay cosas que escapan a nuestro control. Y no podemos hacer nada para evitarlo. Y es mejor fluir con las circunstancias que nos han tocado y adaptarnos. Resiliencia.
Ellos se adaptaron. A pesar del bache que supuso un aplazamiento así todos a su alrededor también nos adaptamos y tuvieron su gran día rodeados de aquellos a quienes más quieren. Pudieron celebrar finalmente como se merece una boda: por todo lo alto.
Y al final también hay sorpresas que se convertirán en anécdotas para siempre, como por ejemplo, que el Cadillac que alquilaron para trasladarse de un sitio a otro fue el mismo que utilizó el hermano de Miguel Ángel en su boda años atrás. Darse cuenta de esas preciosas coincidencias el mismo día de tu boda no tiene precio.
La ceremonia tuvo lugar en el Santuari de Sant Ramon Nonat en Sant Ramon y el restaurante Els Comdals de Cervera fue el lugar escogido para celebrar el banquete. Aquí os dejo con la selección de mis favoritas de ese día.